lunes, 23 de marzo de 2009

Entrevista — Mario Vargas Llosa

En una entrevista de 1996, el escritor peruano Mario Vargas Llosa confesó lo siguiente:

«Ni abogado, ni periodista, ni maestro: lo único que me importaba era escribir y tenía la certidumbre de que si intentaba dedicarme a otra cosa sería siempre un infeliz. Que nadie deduzca de esto que la literatura garantiza la felicidad: trato de decir que quien renuncia a su vocación por "razones prácticas", comete la más impráctica idiotez. Además de la ración normal de desdicha que le corresponda en la vida como ser humano, tendrá la suplementaria de la mala conciencia y la duda.

»Así, hacia finales de 1958, en una pensión de la calle del Doctor Castelo, no lejos del Retiro, quedó perpetrado el acto de locura: "Voy a tratar de ser un escritor". Todo lo que había escrito hasta entonces: una obrita de teatro, un puñado de poemas, algunos cuentos, copiosos artículos, era muy malo. Decidí que la razón de esa mediocridad eran mi indecisión y cobardía anteriores, no haber asumido la literatura como lo primordial. Había terminado un libro de cuentos, que encontró un editor en Barcelona (misteriosamente, esta ciudad sería la cuna de la publicación de todos mis libros), y el resultado era más bien deprimente. Los había escrito casi todos en Lima, en los resquicios de tiempo libre que me dejaban múltiples y fastidiosos trabajos alimenticios.

»Justifiqué así ese fracaso, sólo se podía ser escritor si uno organizaba su vida en función de la literatura; si uno pretendía (como había hecho yo hasta entonces) organizar la literatura en función de una vida consagrada a otros amos. El resultado era la catástrofe. Completé esas justificaciones con una teoría voluntarista: la inspiración no existía. Era algo que, tal vez, guiaba las manos de los escultores y pintores, y dictaba imágenes y notas a los oídos de poetas y músicos, pero al novelista no lo visitaba jamás: era el desairado de las musas y estaba condenado a sustituir esa negada colaboración con terquedad, trabajo y paciencia».

lunes, 16 de marzo de 2009

Margie, la luna es rusa... — Jaime Sabines

Margie, la luna es rusa.
El cuello de Margie es alto y blanco,
como de blando oro blanco. Ducal.
Y en sus redondos cabellos
mi mirada suena.

Cuando me mira —algún día podría mirarme—
la conozco de rosa a abril.
Yo me moriría, si pudiera morirme,
al pie de sus ojos en sazón.
(Porque me duelen las manos de tanto no tocarla,
me duele el aire herido que a veces soy.)

(Leído por mí en la explanada del Palacio de Bellas Artes, el 15 de marzo del 2009, ante más de 6,000 personas.)

martes, 3 de marzo de 2009

1 — Juan Domingo Argüelles

El mar siempre regresa;
sus montañas saladas se alejan
pero vuelven,
abren las cicatrices de la arena,
rebosan de infinito los ojos que lo miran.

El mar regresa siempre
porque siempre está solo;
vuelve a buscar las playas.
Regresa.
Sabe que te hallará porque los que están solos
saben que alguien está siempre esperándolos.

Sobre las mesas: el destello* — Coral Bracho

El rizoma, como tallo subterráneo...
tiene, en sí mismo, muy diversas formas:
desde su extensión superficial ramificada
en todos sentidos,
hasta su concreción en bulbos y tubérculos.
El deseo es un creador de realidad...
produce y s emueve mediante rizomas.
Un rasgo intensivo comienza a actuar por su cuenta...


-Deleuze y Gautari, Rizoma

En la palabra seca, informulada, se estrecha,
rancia membrana parda (decir: fina gota de aceite para el brillo matinal
de los bordes, para la línea
tibia, transitada, que cruza, como un puro matiz, sobre
el vasto crepitar, sobre el lomo colmado,
bulbo -una gota de saliva animal:
para las inflexiones, para el alba fecundada (caricia)
que se expande a la orilla, como una espuma, un relieve
un pelaje frutal- una llaga de luz, un hilván: para
los gestos aromados al tacto, a la sombra rugosa, codiciante;
una voz, una fibra desprendida -un vellón- al azar
de las gubias, del frote plectro),
en la cumb re, al ijar, de las imantaciones;
Tientos

y el idioma capilar de los roces en el cuenco lobular
de los cuerpos. Púrpura
en la raíz;
una esponja, una lima, un espejo
axilar: y en los ecos,
la estatura;
una alondra. Rimas en los espliegos;
hielo: por la grupa liminal, tersos belfos inquietos.
Valva pilosa,
alianza, en el vuelco; plexos y el tendón:
un ardor, una punta sinovial en los goces veteados: ductos
a la pálida cima oculta;
una astilla, una cinta (gato),
un embrión para el bronce de espesuras rampantes, intimables;
un hervor, una turba despeinada, una espora:

Caudas entornadas al auge de un sabor inguinal.
Sobre las crines; coces:

En las humosas, ovulantes:
un carámbano exacto,
un candil.

Riscos.

y en los pliegues enlamados, los atisbos de estar,
en sus médanos acres:
higos perlados; risas;

un limón en las orlas incitadas;
rasgar: con almohazas vidriantes, inaudibles (vino prensil, Hirsuto),
con espinas el temple, las pezuñas;

carcajada chispeante entre los bulbos
escrutados, las urracas;
fósforos, guiños, ecos
en la tenaza; salta
la perdiz.

La perdiz: ave fresca, abundante, de muslos gruesos; acusado dimorfismo sexual.
Sus plumas rojas, cenicientas,
encubren. Salta en parábola eyecta sobre las fresas;
aleante calidez. Tiene los flancos grises (Las fresas bullen esponjadas, exhalan - de
sus cienos de amapola, de entresijo verbal- la lejía directamente), las patas finas,
el vuelo corto; corre (los sabores suntuosos, apilables) con rapidez.

Abre sus belfos limpios:
el jugo moja y perfuma su aletaje; en su piel
de escozores ambiguos, ávido ciñe el gracil,
respingante; lúbrixo abisma el néctar
simultáneo; estupor; estupor anchuroso
entre los brotes atiplados;
hincar, en las corvas deslumbrantes, erectas.
En los bíceps, los escrotos; Fúlgidos, agrios. Trotes.
Alentando a las ancas
alumbradas; cadencias; ritmos convexos; malvos
paroxismos: de bruces
entre las ondas resonancias. Pendúculos emprendibles
bajo el cinto:

Libar desde las formas borboteantes; la lengua entre las texturas engranadas, las
vulvas
prístinas en sus termas; lluvia a los núcleos
astillados; rizomas incontenibles entre los flujos, las pelambres exultadas,
espumantes, de estar;
bajo las riendas fermentables, las gualdarpas.
Embebido
en las blandas, extensivas. Desbordado.
Volúmenes iracibles entre la paja exacerbada,
germinante. Vital,
inmarcesible en sus impulsos abruptos, suave y matizado en sus ocres,
su esplendor, a las yemas; único a las pupilas
restregantes.
Desbandada encendida entre los surcos, las pimientas, los indicios; densa
y exaltable en sus puntas: al olfato. Ráfaga
mineral. Un renglón, un cabús, un polvito; Gárgola.
Una hormiga en las crestas hilarantes, por los muslos,
el vientre; en las palabras)) tensas, enturbiadas,
se estrecha, roca membrana ((cítricas. La estridencia
perpetable en los
lindes)) parda; su red empaña ((en los ápices
lubricados, el pistilo.

-Su voz: saboreando, exhibiendo, despojándolo- Luz;
en los espacios excitables, el acto sedicioso. Labial,
embarnecible bajo el índice fresco, su tersura; prensan.

Magnetismo atizado hasta el exceso degustable,
el rechinido. Vértices las cosquillas
-Acedando, exprimiéndolo- en rupturas desbocadas,
expresivas. Vórtice. Entre los fierros, los erizos,
el instinto. Roedores inexpugnables
entre los hilos, las escuadras, el cedazo. Un terrón,
un respiro lanceolado, un prurito.
Rastrean bajo las zonas apiñadas, intensivas.
Nudos papilares entre la yerba. Sobre las mesas: el destello.
Un punzón, un insecto en las palabras)) lentas, empalmadas
((enterlas grietas las cesuras, en las bridas.
Súbitos y lascivos las concentran -Su voz: separándolo,
abriéndolo, eligiendo- ciñen y cohabitan en los filos
espejeantes)), huecas; su costra opaca ((entre los gritos,
las cernejas, los resquicios.

*Tomado de artepoetica.net