jueves, 29 de enero de 2009

Psicología de las fotocopias

Por Heriberto Yépez




El mayor enemigo del libro en el tercer mundo, ¿internet? No. Las fotocopias.

La fotocopia —abuelita patito de la post-lectura electrónica— mermó aura e ISBN del libro, que mutó esporádico hit de mercado o ejemplar (caro, escaso y raro) para coleccionistas. La fotocopia fue el huevo involutivo de la lecto-webonería.




En una fotocopiadora de farmacia se cocinó el primer copy-paste. Luego las fotocopiadurías se instalaron directamente a unos pasos de las escuelas y la engrapadora y el engargolado aseguraron el bibliocidio anunciado.




La fotocopia proliferó por la anorexia del sistema escolar en los países subdesarrollados. Devino mejor amigo del estudiante: el precio de un libro es mayor que un salario diario ¡o semanal!




Si en las escuelas —desde la secundaria hasta la universidad— no se logró trasmitir hábitos de lectura, sí se consiguió, en cambio, acostumbrarnos a sacar copias cada tarde.

Fotocopiar y secuestrar son delitos que gozan de total impunidad.




El sistema educativo fragmentó al libro. No lo usó íntegro. Las universidades no editaron antologías de textos por materia. Ni las editoriales supieron trabajar para ellas. Para preparar el juego de lecturas de cada curso se eligen fragmentos de varias obras, en su mayoría, inconseguibles o impagables.




Y esta piratería se alió con la mentalidad fraudulenta generalizada, en la que la propiedad intelectual no importa. Y cuando una cultura no respeta esta propiedad, la irresponsabilidad se populariza.




Los principales responsables de la caída de la venta de libros son los profesores. A más de una generación acostumbraron a no comprar ni mucho menos leer libros completos. Luego la generación que se formó en los noventa (y las que vienen) ya, directamente, sacarían todo de páginas web.




Pasamos del grado Xerox de la educación pública al grado Wikipedia de la info-global.

La fotocopia tiene psicología jocosa: tiene éxito en una cultura cuya identidad se está empobreciendo por patrones de repetición acelerada. Una cultura que vive de fotocopiarse a sí misma u otras.




Quien se educa fotocopiando inconscientemente internaliza el gran No hay.

No hay originales. Y del que sí, no hay dinero para pagarlo.




E internaliza que escribir o producir conocimiento no conlleva reconocimiento social —la ley de las fotocopias es volverse fotocopias de fotocopias y perder la referencia en alguna esquina doblada—, en que cada obra es desechable y las regalías jamás llegarán al escritor, pequeñoburgués mental y proletario real.




Las fotocopias desaniman a futuros hacedores de saber. Cuando las fotocopias se hacen inevitables queda claro que aun obras importantísimas, ¡imprescindibles!, hoy no circulan. O serán pirateadas a pedacitos.




Las fotocopias reproducen el pesimismo portátil. Tome su numerito.




heribertoyepez@gmail.com