domingo, 21 de diciembre de 2008

Debate entre setenteros — Heriberto Yépez

Tomado de Milenio: http://impreso.milenio.com/node/8511504

Heriberto Yépez, Rafael Lemus y Antonio Ortuño debatieron en un blog de Letras Libres. (Lo pueden encontrar aquí: http://www.letraslibres.com/blog/blogs/index.php?blog=5&page=1&paged=3 ) Lemus dice que la narrativa actual es tan mala que a los críticos ya no se les invita a los festivales. Ortuño respondió que la crítica de los setenteros es tan implacable como inepta.

(No olviden revisar la sección de comentarios de dicho blog: http://www.letraslibres.com/blog/blogs/index.php?title=implacables_pero_ineptos&more=1&c=1&tb=1&pb=1#comments .)


Esta generación no diferencia entre criticar y condenar. Supone que el crítico es un vocero que debe sentenciar a muerte o perdonar la vida. Diario Oficial del Whos’ Who Nacional.

Visión capitalista y cristiana de la literatura, su autoritarismo deriva de una obra propia que aún no termina de cobrar forma. La postura ya la tienen. Tradicionalista, respetable, polemizable. Pero postura sin obra se vuelve pose fija. Seamos pacientes: esperemos sus libros. Y si ellos son inteligentes, ignorarán nuestras expectativas.

Los setenteros ejercen la crítica como cat fight. Diminutear al otro, exigirle que haga lo que tú nunca, costumbres sobadísimas.

Sin teoría. Cuando uno la rehúsa: sano pragmatismo. Cuando toda una generación dice no necesitarla: huevonera generalizada.

No creen que la literatura avance. Son retro-posmos clavados con las críticas (europeas) al concepto (europeo) de Progreso (europeo). Son congruentes: hacen una literatura que, efectivamente, no avanza.

Una generación innovadora salta. La narrativa de esta generación no deriva de pasiones drásticas sino de literatura compatriota. Son intraliterarios.

En lo social, es gemela de sus coetáneos. Los escritores de esta camada piensan igual que el respectivo post-68chazo. Guangos y demasiado normalizados, más que una generación, una pausa. Disidentes de nada, no les queda otra que alardear su desgano.

¿Sabiduría? ¿Saber? ¿Cultos? Si se les aplicara una prueba nacional —como a los profesores o a los policías— la reprobarían.

No tienen obra: colaboran. El libro perdió importancia. Pero no por internet sino por las revistas. Los libros los compilan de ellas. Para que los reseñen en una revista. Y esas reseñan se vuelvan los libros del vecino crítico.

No narran: estilizan. Su narrar no urge. Su tinta no es adrenalina. “Escriben”.

No critican: opinan, juzgan. No son ensayistas. Su reseña es su forma de conciliar la moralina y el mercado dentro de una misma capitulación que se capitaliza.

Pero no se puede escribir todavía de esta generación. Apenas poseen dos o tres libros —cuando no ninguno— y todavía no maduran ni se han vuelto heterodoxos de su mundo. Los escritores solían enfrentarse a su sociedad a edad temprana. Quizá esta generación —a la que la rebeldía le pareció sobrante— practique lo inédito: una madurez insurgente o, al menos, una vejez combativa.

Pero lo dudo. Esta generación se quedará sin voz. Y, lo peor: no había razón. Escribían bien, demasiado bien, pero no se aventuraron a unir escritura y vida, cuerpo y literatura. Y ellos lo saben. ¿Y ellas? Serán la sorpresa.

heribertoyepez@gmail.com

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